lunes, 21 de marzo de 2022

LA OBJETIVIDAD EN LA CATEQUESIS

(Artículo sacado del libro La Catequesis del Buen Pastor, Francesca y Patricia Cocchini, ediciones Dehonianas).

 

En la exhortación apostólica Catechesi tradendae se lee que el catequista:

 

“No tratará de fijar en sí mismo, en sus opiniones y actitudes personales, la atención y la adhesión de aquel a quien catequiza; no tratará de inculcar sus opiniones y opciones personales como si estas expresaran la doctrina y las lecciones de vida de Cristo. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado (Jn 7,16). Es lo que hace san Pablo al tratar una cuestión de primordial importancia: Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido (1Co 11,23). ¡… qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: Mi doctrina no es mía” (n. 6).

 

El texto citado establece un principio de la mayor importancia en la catequesis: la necesidad para el catequista de ser rigurosamente objetivo en transmitir el mensaje.

 

En cada proceso educativo, el educador tiene que poner al educando en relación con la realidad, para que sea capaz de establecer con ella una relación personal suya. Tarea del catequista es iniciar a la realidad religiosa, o sea:

-descubrir en la realidad que nos rodea la presencia de una Persona, de un amor.

- para que de este conocimiento nazca una relación personal con Dios.

 

El catequista tiene que trabajar de modo directo en el primer momento, transmitiendo ese “tesoro” que le ha sido dado y ayudando solo de modo indirecto en el segundo momento.

 

Pongamos algún ejemplo.

Cuando presentamos las parábolas sobre el misterio de la vida, hablamos del proceso maravilloso de la vida, que se desarrolla de un menos a un más, de un más pequeño a un más grande. Es un proceso que cada uno puede observar y ante el cual cada uno puede maravillarse, para esto no es necesario recurrir al Evangelio. Pero en el Evangelio hay algo más; nos dice; en el origen de tan maravilloso proceso hay una voluntad de amor, hay una Persona que nos llama a la vida, a cuya voz podemos responder, con la que podemos entrar en relación. Esa Persona es Dios.

 

Yo puedo decirte que hay una voz que te llama; el abrir el oído para escucharla ya no depende del catequista.

 

Otro ejemplo; el tiempo y la historia. Todos se dan cuenta de que vivimos en el fluir del tiempo, que en el tiempo hay un pasado, un presente y un futuro. Tampoco para esto es necesario recurrir a la revelación de Dios. Pero la Escritura nos dice algo que la simple observación de la realidad no nos dice: el tiempo está habitado por una Persona, siempre presente en la historia, que tiene sobre ella un proyecto y que la guía de su realización, junto con los hombres y las mujeres y con todos los niños del mundo.

 

Esto es lo que yo, catequista, puedo decirte por lo que se refiere a encontrar tu lugar y tu tarea en la realización del proyecto de Dios; esto yo no lo puedo hacer. La única ayuda que podemos dar en el segundo momento es el indirecto del material, que ayuda a la meditación personal. El tiempo del trabajo sobre el material es el momento del paso de la escucha a la respuesta, de la objetividad del anuncio a la subjetividad de la reacción personal. 

 

Esta imposibilidad del catequista de ser directamente activo en el segundo momento de la catequesis creo que es claro a cualquiera, y que no es necesario insistir aquí en ello.

 

Pero ¿cómo puede el catequista quedarse en el lugar del “siervo inútil” incluso en el primer momento de la catequesis en el que debe ciertamente estar presente y activo en transmitir el depósito de la fe?

 

Yo creo que existe un modo, y es el de transmitir lo que se ha recibido del modo más objetivo posible, sin añadidos personales.

 

En ambos momentos de la catequesis, el catequista debe recordar que es “siervo inútil” y, por tanto, en el ejercicio de su servicio tiene que intentar ocupar el menor espacio posible, quitándose de en medio para no entrometerse en la “interna conversación” que tiene que surgir entre el único Maestro y el discípulo.

 

En ambos momentos de la catequesis, el catequista debe recordar que ese “vaso de barro” contiene un “tesoro” del que habla Pablo (2Co 4, 7). El catequista debe recordar que la mirada debe dirigirse hacia el “tesoro” sin que se distraiga por elementos secundarios. El “vaso” tratará de no ser un obstáculo.

 

Cada injerencia personal por parte del “vaso de barro” en detrimento de su contenido, o sea del “tesoro”, llevaría a un oscurecimiento de su riqueza y de su belleza.

 

Cada injerencia personal del “siervo inúti” correría el riesgo de disminuir la voz del único Maestro.

 

Los contenidos de las catequesis son cosas tan grandes que no pueden soportar embellecimientos ulterioes: cada intromisión personal correría el riesgo de oscurecerlos y estropearos. Se exige del catequista –creo yo- una austeridad absoluta ante la grandeza del misterio, una capacidad de quitarse de en medio para que solo él ocupe todo el campo con su esplendor.

 

El tesoro aparecerá así cada vez más grande y profundo y nos atraerá –a catequistas y niños- con fuerza cada vez más grande. 

 

El catequista se encuentra en la posición de aquel o aquella que al mismo tiempo actúa y contempla.

 

La objetividad en la transmisión de la fe es cosa tan importante que contradistingue la que es la “didáctica” propia de la Iglesia: la liturgia. Sobre este tema Romano Guardini escribe: “Es muy importante entender el carácter sobrepersonal y objetivo de la liturgia… En la liturgia el alma aprende a moverse en el amplio mundo de las objetivas realidades religiosas”.

 

La liturgia de hecho, está constituida por eventos históricos de salvación que nos vienen re-presentados objetivamente en la celebración. Sucedió que Dios creó el mundo, llamó a los patriarcas, liberó a Israel de Egipto; sucedió que Jesucristo murió y resucitó, está sucediendo que esperamos su vuelta en plenitud. Estos para un creyente son hechos concretos; son eventos objetivos que constituyen la fe y la esperanza de toda la Iglesia de Jesucristo. Son la base indiscutible sobre la cual se funda la fe y la celebración radica.

 

Este carácter objetivo que tiene la liturgia constituye verdaderamente una experiencia de Iglesia, porque implica a todos en acontecimientos de los que todos somos partícipes, en deseos y esperanza comunes.

 

La objetividad de la liturgia no significa despersonalizar la relación del creyente con Dios, pero poner en primer plano la historia que Dios va haciendo con la humanidad, que es también historia de cada uno de nosotros, significa poner en primer plano a Dios y su acción en la historia, significa respeto profundo por dios y por su acción.

 

La relación con Dios se expresa evidentemente también en toras formas además de la gran tradición litúrgica; hay actitudes personales , tendencias hacia esta o aquella forma de espiritualidad, devociones particulares y también distintas y generosas tareas sociales.

 

Todos estos aspectos son ciertamente muy válidos, pero son expresiones parciales que interesan a esta o a aquella persona, y como tales no son materia de catequesis. Son contrarios a la ley de la objetividad, y tendrían el riesgo de encerrarse en el individualismo si no se apoyaran en la sólida base de la vida litúrgica.

 

El respeto de la objetividad por parte del catequista transformará la catequesis en una preciosa experiencia de libertad para los niños, que verán abrise delante de ellos los infinitos espacios del misterio. El respeto de la objetividad por parte del catequista permite a un niño que se ha hecho mayor y ha vuelto a la fe después de un camino extremamente tortuoso, decir: “Lo que siempre me quedaba dentro, del tiempo pasado en el centro de la catequesis, era el hecho de haber recibido y vvido cosas muy serias”.

 

El ser fiel a la objetividad de la catequesis sin caer en intereses y gustos personales, es además un óptimo ejercicio a ese espíritu de pobreza que tiene que ser proprio del catequista; es una escuela que prepara a ese “desapego de sí mismo” al que alude el documento citado.

 

El catequista encontrará así en la fidelidad a la objetividad la fuente de la alegría más grande, porque será para él cada día más evidente que cuanto más se da cuenta uno de que nuestras manos están vacías, tanto más maravillosa se muestra la “perla” puesta en sus manos.

 

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